Capítulo 2: Baldwin tiene apellido.
De repente me vi interesada en saber qué estaba haciendo
Baldwin en la clase de Trigonometría. Me sorprendí a mí misma observándolo
mientras movía el lapicero entre sus largos dedos con tal gracilidad que me
resultaba envidiable. ¿Cómo puede alguien moverse de esa manera? Sus ojos se
encontraron con los míos, sus hermosos ojos kriptonite disparaban llamas en mis
ojos grises; quitándome el derecho de parpadear. Hipnotizándome.
—Bueno, señores—¡Maldito maestro de quinta! Apagué la
llamarada entre la mirada de Baldwin y yo casi que obligada. ¿Qué pasó?—Hoy el
negocio empezará así—Odio cuando empieza hablando de negocios como si aquí
pudiera negociarse algo—Llamaré a lista y empezaré con la clase de corrido,
quieran o no—Que empiece mi tormento. Como siempre, observé el reloj, eran las
6:00 a.m y mi tormento duraba hasta las 8:00 a.m.
Mientras el Sr. Negocios empezaba con el listado dejé mi
vista fija en el reloj y para mi gran frustración ni los segundos veía pasar. Esta
clase era mi perdición y no hablo de mi perdición soñada y añorada, esta
perdición me daba asco. Apenas iba en la letra K, pero entonces, ahí estaba él—Baldwin
Kofman—Habló el Sr. Williams, mi mirada se dirigió al chico raro y éste alzó su
brazo observando su libro de…¿Nicole Jordan? ¿Erotismo? ¿El apellido de Baldwin
es Kofman? ¿De dónde es el chico raro? Tantas preguntas que no salían a flote
porque no me permitía una humillación más por el amargado Baldwin…Kofman. Estaba
cansada de ser la buena y que él me hiciera sentir como mala, como dañina, como…
irresistible. Pero de nuevo, lo estaba
observando, estaba observando cómo deslizaba sus dedos en las puntas de las
hojas y me sorprendía a mí misma queriendo tocar aquellas superficies que él
estaba tocando. Su mirada, sus ojos… su… ¡Es el chico más idiota de mundo! No deja
que yo le brinde mi amistad, no complace mi curiosidad y no deja de mirar a las
chicas como si fueran algo comestible, algo irresistible.
De repente ladeó su cabeza en mi dirección y me encontró
observándolo. Mis mejillas tornaron su rosa pálido, dejando ver que me había
pillado con la guardia baja. Y ahí estaba de nuevo las llamaradas en su mirada,
hipnotizándome, haciéndome sentir acorralada y desesperada queriéndolo tocar,
sentir su perfecta piel.
—Ayleen Marshall—¿Qué tiene su piel? ¿Qué marca es su suéter
azul oscuro?—Ayleen Marshall—Me gritó el Sr. Williams y siendo obligada, de
nuevo, aparté la vista de Baldwin y miré al Sr. Negocios.
—¿Qué desea?—Le pregunté en tono grosero y palabras amables.
—Si usted no contesta le pongo la falta y nada de lo que
usted haga hoy en clase tiene porcentaje para los exámenes bimestrales—¿Cómo
podía decir algo así?
—¿Por qué quiere que le conteste si sabe que estoy aquí?
¿No cuenta con que le alce mi mano?—¿Qué se enamoró de mi para hacerme la vida
a cuadritos?
—Usted decide, o pierde esta ayuda que les estoy
brindando con el porcentaje o dice presente—¡Sr. Negocios de mierda!
Bufé—Presente—Apreté mi mandíbula y empecé a garabatear
ojos avellanas inspirando sensualidad, hipnotizándome.
—¿Alguien es capaz
de hallar el seno, coseno y tangente de los ángulos a y β?—Preguntó Sr. Williams en un
tono demasiado alto haciendo que mi garabato dejara de tener sentido—¿Nadie?—Habló
de nuevo con su irritante voz. ¿Quién iba a contestarle? Se podían sentir el
cantar de los pájaros en la pradera de afuera como si tuvieran micrófono por el
silencio que había en el aula. Sin exagerar, podíamos escuchar las clases del
aula de al lado—Y si negociamos porcentaje por participación en clase, ¿Así
tampoco?—Preguntó por tercera vez y me imaginaba el sonido de los grillitos
aguantándome la risa.
—Srta. Marshall, ¿Puede hallar esto?—Me preguntó
señalando el tablero. ¡¿Qué he hecho para merecerme esto?! Por dentro estaba
llena de drama y mi silencio era
absoluto, sólo dejaba mi mirada permanente en los suyos—¿No?—Odioso de… suspiré—¿La
chica que sabe más que el maestro no es capaz de hallar el seno, coseno y
tangente de este ejercicio?—Seguía con sus burlas y aviento encima de él, lo he
dicho y no lo repito. Apreté mi mandíbula de nuevo y agarré el lapicero con
mayor fuerza.
—Yo lo haré—La voz ronca de Baldwin me sorprendió a mí
tanto como a toda la clase y hasta al Sr. Negocios. De la forma más grácil que
haya visto se levantó de su lugar y caminó en dirección al Sr. Negocios
quitándole la tiza de los dedos y mirándolo como si fuera menos que él. Dándole
su merecido. ¡Bien hecho, chico raro! Exclamaba mi subconsciente emocionada, pero
mi rostro seguía inescrutable, sin decir nada.
Observé cómo Baldwin resolvía el ejercicio de la manera
correcta. Haciendo lo que hubiera hecho yo, lo que no hice por rebeldía con
aquél estúpido maestro que no acepta los errores que comete y que para más,
irradia odio hacía mí. Cuando Baldwin terminó arrojó la tiza en el escritorio
del Sr. Williams y cuando estaba a punto de apuntar algo en la planilla le
susurró algo al odio. No pude leerle los labios, habló demasiado rápido para mi
velocidad de entendimiento y el maestro Negocios se quedó sorprendido, pero al
parecer, hizo lo que Baldwin le pidió. De igual forma, éste fue a sentarse y a
seguir leyendo su misterioso libro de Nicole Jordan. ¿Qué hace un hombre
leyendo un libro erótico creado por una mujer? ¿Por qué Baldwin estaría leyendo
algo así?
Por fin sonó la campana y me levanté de la silla como si
no hubiera mañana, para salir disparada hacia mi Chevrolet Sonic. Cancelaron las
clases del resto de la mañana y podría llegar a dormir, a estar con mi cama. A cumplir
mi publicación de “Amo mi cama”. Quité la alarma y antes de entrar al auto tiré
el bolso en el asiento de copiloto. Cuando iba entrando a mi auto el ronroneo
del Porsche GT de Baldwin me desconcentró y me irritó. Siempre tan ostentoso. Entré
en mi auto y puse marcha a mi casa, sin dejarme estresar por las congestionadas
avenidas de New York abrí mi bolso y saqué una barra de chocolate mientras le
subía el volumen a Brutal Love de Green Day y la cantaba a todo pulmón. Logrando
algunas quejas de los autos que estaban atascados en el mismo trancón. Pero en
este país hay libre expresión y yo les puedo romper los tímpanos cuando se me
pegue la gana.
Cuando llegué a casa mis padres ya se habían ido a
trabajar y la casa quedaba para mí, podría hacer todo lo que quería, pero ahora
lo que más deseaba era dormir. Me dirigí a mi cuarto y me tumbé en el desorden
de mi cama, en segundo logré conciliar el sueño y los llameantes ojos kriptonite
me perseguían.
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